sábado, 24 de agosto de 2013

Narcolepsia gasolinera

¡Cuidado!, puede atacarlo en cualquier momento, a cualquier hora, no importa el lugar ni el antes ni el después, ni siquiera si anda prevenido tratando de evitarlo... Cuando menos lo imagine usted será víctima inminente, usted habrá caído en sus garras, o brazos si quiere ser tierno y llamarlo así, lo cierto es que apenas usted aborde un bus de transporte público, habrá entrado en sus dominios y de forma inminente se habrá dormido. ¡Cuidado! Usted será otra víctima de la narcolepsia gasolinera.

No hay remedio, cuando usted se sube a un bus, camión o colectivo está atrapado. Puede ser fuerte y resistir, pero en algún momento cederá y el sueño lo invadirá. ¿Le ha pasado verdad? Recuerda que no ha sido una o dos veces, sino una cantidad indeterminada de ocasiones... ¿Y alguna que otra embarazosa?

Llegar juicioso y a tiempo a la parada del bus suele ser normal (para los que no andan llegando tarde) y si es hora pico, entonces esperar con más y más gente que va llegando a tomar el mismo transporte. Puede que sea un día frío o caluroso, lluvioso o con mucho viento, igual todos miramos a lontananza queriendo que llegue el bus. Pasan uno, dos, tres minutos y finalmente lo que esperamos está ahí al frente. Lo que no todos saben es que en ese momento uno se vuelve una mosca atraída por la luz de neón que pronto nos va a achicharrar.

Se abren las puertas para abordar, si no es hora pico, seguramente habrá una silla vacía. Luego vienen dos momentos simultáneos: El bus se pone en marcha y uno se sienta. Es como el cambio de luces en el semáforo. Cuando uno termina de acomodarse, es la luz verde para que ataque la narcolepsia y uno, víctima inocente, sin llevar más de dos cuadras transportado empiece a sentir cómo los párpados se oxidan y ya no se retraigan, sino que se caen más y más. Todo lo que iba haciendo se interrumpe, si iba pensando, su pensamiento se nubla, si iba leyendo, las letras se le pierden, si iba oyendo música, de pronto pasa a tenerla en un lejano tercer plano...

Es como haber ingresado en una cámara de gas, como si adentro del chasis del bus no llegara aire sino un anestésico ¿Y qué tal cuando las ventanas son herméticas y no hay posibilidad de abrirlas? Tic toc, tic toc, tic...zzzzz ya el sueño ganó, ¡Menos mal uno había alcanzado a acomodarse!

El ataque tiene un objetivo

Lo curioso del poder narcoléptico que tienen los buses es que a muchos los pone en situaciones realmente incómodas. Los que se duermen lo agarran a uno como almohada. Y que levante la mano y se haga notar el que no ha sido almohada de algún extraño que ha sido noqueado por la narcolepsia gasolinera.

A otros, el poder invasivo les adormece hasta los músculos y el cuello se vuelve incapaz de sostenerles la cabeza, que se les descuelga y empieza a dar tumbos en el aire, bailando al ritmo que lleven las curvas de la calle. Estos son los personajes que tiempo después tocan sus cabezas y sienten uno que otro chichón sin saber dónde se lo ganaron. No recuerdan que en el bailoteo mientras dormían en el bus, sus cabezas acabaron golpeando o el espaldar de sus sillas o las del frente. Esos momentos son los que goza el enemigo que pulula en el aire de los buses.

Y tenemos el grupo de aquellos que se duermen y sueñan con el dentista y le muestran a todo el bus sus hocicos babeantes abiertos a todo lo que dé el maxilar.

¿Roncadores? No se ven mucho, pero existen. Solo que hay que saberlos encontrar, por ejemplo los que van por carretera, de pueblo a pueblo. Esos incluso son todo en uno, agarran de almohada al de al lado, babean con la jeta abierta y pegan su úvula al tubo respiratorio, para emitir los incómodos ronquidos (incómodos para el que está despierto)

Otros dejan más que sus siluetas dibujadas en las ventanas. Cuando caen noqueados, prácticamente ponen su adn sobre el vidrio.

Ah pero no podemos dejar olvidadas a las víctimas que no encuentran silla. ¡Sí!, la narcolepsia también golpea a los que van de pie, agarrados de la baranda. Esos pobres sufren durante su viaje, no importa si es de cinco, diez o más minutos. Una vez han sido invadidos por el sueño, tienen que batallar a muerte contra él.

Cuando empiezan a cabecear, se dan cuenta de que están perdiendo la pelea. Respiran profundo y fuerte, se sacuden, intentan volver en sí, pero el contraataque no tarda y llega más fuerte. Vuelven a cabecear y peor aún, sus rodillas se doblan. Ahí, justo en ese momento, son conscientes de la realidad, el sueño les ganó y ya controla hasta sus articulaciones. ¡Pobres! solo la baranda de la que van agarrados los salva de un oso mayor. Si no fuera por ese tubo, terminarían encima de alguien, dormidotes a placer, tal como el enemigo lo planeó.

La narcolepsia gasolinera es tan descarada que ataca así sea durante un trayecto de una estación o de un par de calles. Ataca cuando uno va hablando con por teléfono o, increíblemente, con alguien, ¡En persona!

No es un sueño plácido sino como una especie de cárcel para la consciencia que sigue despierta, sufriendo y gritando desde el fondo que despertemos para que no nos pasemos de nuestra parada, no nos descolguemos de la baranda o vayamos a caer en el hombro del vecino.

Lo triste es que no tiene cura y seguirá pasando y todos irán como mosca a la luz, directo al bus a que los noquee. Tome todas las precauciones que pueda, pero es inevitable no caer en sueño profundo. Ojalá usted no sea de las víctimas que incomodan a los otros, ojalá usted sea de los que disfruta de dormir en un bus, así que, si puede, en su próximo viaje urbano, que tenga dulces sueños y feliz viaje.

Twitter: @alejodiceque